
Cada año, el 10 de octubre, se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental. Más que un día en el calendario, es un recordatorio de que nuestra salud emocional es inseparable de nuestro desarrollo como personas, de nuestro entorno, de nuestras raíces y de las relaciones que construimos. Te comparto mi mirada personal, formada a partir de años de trabajo con niños, sus familias e instituciones, observando cómo cada detalle del entorno y de la vida cotidiana influye en su bienestar emocional y crecimiento.
Entender y aceptar de dónde venimos
Nuestro árbol genealógico, la historia familiar y las emociones heredadas influyen en cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás. Nuestros antepasados pudieron haber tenido una vida ejemplar o haber atravesado migraciones, guerras, frustraciones profundas; también nos pueden haber dejado legados de prosperidad, alegría y aprendizajes valiosos. Todo esto influye en nuestro día a día. Mirar, sanar y aceptar nuestra historia es fundamental: si no reconocemos nuestro ayer, resulta difícil construir un presente saludable y proyectarnos hacia un futuro equilibrado.
El impacto del entorno
El lugar donde vivimos y trabajamos influye directamente en nuestra salud física y emocional. La psicopedagogía ambiental nos enseña que los espacios —hogar, escuela, oficinas o empresas— moldean nuestro desarrollo, nuestras emociones y nuestra capacidad de relacionarnos y aprender. Espacios verdes, luz natural y contacto con la naturaleza fortalecen la mente y el cuerpo, mientras que entornos con ruido, contaminación o falta de orden generan estrés y dificultan el equilibrio emocional. Por eso, las empresas también tienen la responsabilidad de cuidar la salud ambiental de sus espacios, promoviendo entornos que favorezcan bienestar, concentración y creatividad.
Ejemplo: en una familia, dedicar tiempo a paseos al aire libre fortalece los vínculos; en una empresa, diseñar espacios de trabajo con luz natural, ventilación y áreas verdes impacta directamente en la salud y productividad de los empleados.
Espiritualidad y sentido de pertenencia
Reconocer y vivenciar que formamos parte de algo más grande y cuidar nuestro entorno refuerza la estabilidad emocional. La espiritualidad no implica necesariamente religión: se trata de sentir la conexión con algo más poderoso que nosotros como seres humanos. Experimentar este “hilo conector” nos da fuerza, nos ancla y nos permite relacionarnos con cada uno de nosotros, con el mundo y con nuestra familia desde un lugar de equilibrio y propósito.
Contexto social y vínculos
Somos seres sociales: nuestra manera de vincularnos influye profundamente en nuestra salud mental y en nuestro desarrollo como personas. La calidad de las relaciones en la familia, la escuela y la comunidad moldea nuestra autoestima, resiliencia y capacidad de afrontar desafíos. Compartir emociones y experiencias —risas, llantos, logros o dificultades— nos enriquece y fortalece los lazos familiares y comunitarios. Por ejemplo, organizar “rondas” para hablar de cómo nos sentimos permite que todos se sientan escuchados y comprendidos, fomentando empatía, respeto y sentido de pertenencia.
Cuidar el organismo
El organismo es un conjunto de órganos necesarios, y el cuerpo es quien les da sentido subjetivo y experiencia. Mirarlo, reconocerlo como único y amarlo respetuosamente es un hermoso desafío que se relaciona directamente con la salud mental. Incorporar rutinas familiares de cuidado corporal —como caminar juntos, practicar ejercicios suaves o prestar atención a la alimentación y el descanso— fortalece no solo la salud física, sino también el bienestar emocional y la conexión entre los miembros de los grupos sociales.
Cuidar la salud mental es sembrar raíces
Cuidar la salud mental en familia y con el entorno es sembrar raíces sólidas para crecer. Reconocer nuestras raíces, aceptar nuestra historia, vincularnos con la naturaleza, compartir emociones, fortalecer los vínculos y cuidar nuestro organismo nos permite desarrollarnos de manera integral.
Cada gesto cotidiano —una conversación, cultivar la empatía, dar un paseo, el cuidado de una planta, un momento de risa o de llanto compartido— construye bienestar y resiliencia. Nos enseña que el equilibrio emocional no es un estado aislado, sino el resultado de la conexión entre cuerpo, emociones, relaciones y ambiente.
La mirada de la psicopedagogía ambiental nos recuerda que el cuidado del entorno, en casa, en la escuela y en las empresas, no es un lujo: es un requisito para la salud integral de todas las personas que lo habitan.