
La noticia del acuerdo entre OpenAI, la empresa creadora de ChatGPT, y la energética Sur Energy, encendió las alarmas en la Patagonia. Según se informó, ambas compañías firmaron un acuerdo con el gobierno nacional para desarrollar una mega planta de procesamiento de datos en el sur del país, en un proyecto que promete una millonaria inversión tecnológica y energética. Sin embargo, detrás del entusiasmo por los avances en inteligencia artificial, surgen advertencias por el impacto ambiental que podría tener esta infraestructura en una zona donde el agua dulce constituye uno de los bienes naturales más valiosos.
Los centros de datos de este tipo demandan cantidades extraordinarias de agua para mantener sus sistemas en funcionamiento. El consumo de energía y de agua es altísimo, porque estos edificios contienen miles de servidores que generan calor y requieren refrigeración constante.
El proceso de enfriamiento de los servidores y chips utilizados en inteligencia artificial requiere un flujo continuo de agua potable. Según estimaciones citadas en la columna, solo la producción de un chip informático puede necesitar hasta 8.000 litros de agua, y un complejo completo de este tipo puede requerir hasta 720.000 millones de galones anuales para mantener su temperatura.
Ésta situación abre un debate urgente sobre el uso y la preservación del recurso hídrico en la Patagonia, una región que históricamente ha sido vista por corporaciones internacionales como un reservorio natural. Por otro lado, los gobiernos locales y nacionales deben evaluar los costos ambientales de permitir estas instalaciones, más allá de los supuestos beneficios económicos y laborales que se prometen.
El acuerdo entre OpenAI y Sur Energy fue celebrado por autoridades nacionales como una oportunidad histórica para incorporar a la Patagonia en el mapa global de la tecnología avanzada. No obstante, los antecedentes internacionales muestran que los data centers son una de las infraestructuras tecnológicas más intensivas en consumo de agua y energía.
En lugares como Irlanda, Estados Unidos y Países Bajos, comunidades enteras han denunciado estrés hídrico por el funcionamiento de estos complejos. En Europa ya se está discutiendo cómo limitar estas instalaciones por su impacto ecológico. No podemos permitir que se repita esa historia acá.